Rebeca estaba leyendo en el libro de Números acerca de las fiestas y los sacrificios que celebraban los israelitas y se preguntó por qué celebramos nosotros la Santa Cena.
Las fiestas y los sacrificios que Dios mandó que los israelitas celebraran tenían un propósito principal: Ser una representación de la obra que Cristo vendría a hacer en favor, no solo de los israelitas, sino de toda la humanidad.
Por ejemplo, en la Fiesta de la Pascua se sacrificaba un corderito de un año. Este cordero debía ser un animal sano y sin defecto. La sangre del cordero se ponía en los postes de la puerta y toda la familia comía el cordero. Con esta fiesta recordaban cada año cómo Dios los libró de la esclavitud en Egipto.
El cordero de la pascua representaba a Cristo, el único hombre perfecto, sin defecto, cuya sangre fue derramada en la cruz para liberarnos de la esclavitud del pecado.
En la Fiesta del día del Perdón se escogían dos chivos. El sacerdote ponía sus manos sobre los chivos y confesaba los pecados de todos los israelitas. Uno de los chivos era sacrificado y su sangre era llevada al lugar santísimo del Tabernáculo para ser rociada sobre el Arca del Pacto. El otro chivo era llevado a un lugar desierto en donde lo dejaban para morir. El primer chivo representa el cuerpo de Cristo que fue clavado en la cruz y su sangre fue derramada para que nuestros pecados sean perdonados. El segundo chivo representa el alma de Cristo que fue al infierno para sufrir en nuestro lugar.
Había muchos otros sacrificios que los israelitas hacían y todos nos hablan acerca de cómo Cristo nos amó tanto que vino a morir en la cruz por nosotros.
Cuando Cristo vino cumplió todo lo que aquellos sacrificios representaban y con un solo sacrificio ganó para nosotros el perdón, la salvación y la vida eterna. Ahora lo único que tenemos que hacer es creer en él para recibir el perdón de todos nuestros pecados.
Ahora ya no se necesitan más sacrificios. La Biblia dice que con un solo sacrificio Cristo ganó nuestra eterna salvación (Heb. 9:12, 26, 28; 10:12, 14).
Ya no necesitamos celebrar las fiestas de los israelitas, pero hay una fiesta que Jesús nos mandó celebrar: La Cena del Señor. El apóstol Pablo lo dice así:
1 Co 11:23-26 NVI
Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a ustedes: Que el Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego; hagan esto en memoria de mí.»
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria de mí.»
Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga.
Desde que inicio la iglesia los hermanos partían el pan, es decir, celebraban la Santa Cena, como se puede ver en la iglesia de Jerusalén:
Hch. 2:42
42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
Y después, en la iglesia de Troas, en Asia:
Hch. 20:7
7 El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche.
Y así, lo seguiremos haciendo hasta que Cristo vuelva.
Cada vez que tomamos la Cena del Señor recordamos lo que él hizo por nosotros en la cruz. Recordamos que con un solo sacrificio nos dio perdón y sanidad para nuestra alma y para nuestro cuerpo.
Al tomar la Cena del Señor estamos reconociendo que creemos en él y que somos de él, pues nos compró con su sangre.
También recordamos su promesa de que vendrá otra vez para llevarnos con él a las moradas que está preparando para todos los que le aman.
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